30 noviembre 2013

El regalo

    El regalo

Llovía, llevaba haciéndolo durante toda la semana no paraba ni unos minutos, la humedad y el frío de forma constante empezaban a hacer mella en casi toda la gente, todo el mundo estaba de muy mal humor, alterado, con los nervios a flor de piel; había quienes se sentían realmente exasperados con aquel mal tiempo, no sabían ya si sonreír o bajar directamente la mirada y seguir ignorando al resto de los mortales...
El se sentía así, lo cierto era que llevaba algunos meses dentro en una enorme depresión de la que sabía que no lograría salir...
Hacía ya dos semanas que había tomado la decisión, así que hoy se acercó hasta la agencia de viajes, recogió lo que tanto le había costado decidir durante años y en sus manos lo tenía.
Subió al coche, estaba empapado, a pesar de que no había parado de llover, no cogió el paraguas para llegar hasta la agencia, le daba lo mismo, pero la lluvia incesante le fue calando hasta los huesos... No importaba, sabía que llevaba lo que quería a buen recaudo dentro de su cartera y el resto daba igual. Puso en marcha el motor.
 Antes de volver a su casa, pasó por la farmacia, necesitaba reponer la medicación que le faltaba, no le hubiera gustado olvidarse de ella precisamente ahora que ya había salido. Aprovechó, hizo algunas gestiones y finalmente llegó.
 Respiró profundamente al entrar, estaba todo caldeado y el ambiente era seco comparado con el exterior, se estaba bien... Muy bien. Quitándose las ropas húmedas, se puso cómodo y espero que llegara la hora de la cena.
Todo salió como él pensaba, la expresión de ella al abrir el sobre y ver los dos pasajes, fue maravillosa, lo cierto era que no esperaba otra, llevaba años insistiendo en que viajaran a Egipto y los mismos llevaba el negándose, por lo que al ver el destino impreso en los billetes de avión, no supo qué decirle en ese momento.
 No importaba lo que costara, le quiso dar aquella sorpresa y haría lo que fuera para que no lo olvidase jamás.
La veía feliz, y él lo estaba por ella.
Los días allí transcurrieron rápidamente, los disfrutaban al máximo, hacían todas las visitas posibles dentro de su itinerario e incluso saltándoselo hicieron algunas otras que resultaron ser mejores aún. Veía la felicidad en su compañera, el lo sentía y había momentos en los que le costaba no emocionarse.
Quería detener el tiempo, odiaba mirar su reloj y ver que las horas transcurrían velozmente, que los días pasaban sin demora y que sus fuerzas comenzaban a flaquear con la misma rapidez...
Antes de salir de viaje, fue al médico al doctor, le explicó sus intenciones y él no se negó a que él se marchase, pero tampoco le dio su aprobación. Solo se limitó a preguntarle si su compañera sabía lo de su enfermedad el doctor insistió en saberlo y tras un largo titubeo le dijo que no. Él no respondió, no aprobó lo de su viaje, pero viéndole tan decidido, al final le recetó la medicación necesaria para todos esos días, con la promesa de ir a verle de inmediato en cuanto volviera.
Un par de días antes de regresar, el se sintió realmente mal. Se encerró en el servicio y no cesaba de vomitar. Su compañera le llamó insistentemente, nunca antes había encerrado y esto hizo que ella le mirase interrogativamente cuando salió.
 - Debe ser algo que me ha sentado mal.
Volvieron del viaje, todo quedó en un recuerdo, pudo ver las fotos que habían hecho ya cuando estaba en el hospital.
Su compañera le recriminó que no le hubiera dicho nada, que no se lo hubiera contado, pero él, haciendo un alarde de valentía y reuniendo las fuerzas de las que ya no disponía, Le hacía ver y recordar lo bien que se lo habían pasado durante aquel viaje.
 Justamente eso era lo que ella estaba recordando ahora, sentada en el sofá, con el álbum de fotos delante y con lágrimas en los ojos. Hacía ya diez años que su compañero había fallecido.
- ¡Mama! ¿Vienes a cenar? - Era su hija de siete años.
- Sí, ahora voy. – Cerró el álbum y con él cerró por un tiempo sus recuerdos.