El regalo
Llovía,
llevaba haciéndolo durante toda la semana no paraba ni unos minutos, la humedad
y el frío de forma constante empezaban a hacer mella en casi toda la gente,
todo el mundo estaba de muy mal humor, alterado, con los nervios a flor de
piel; había quienes se sentían realmente exasperados con aquel mal tiempo, no
sabían ya si sonreír o bajar directamente la mirada y seguir ignorando al resto
de los mortales...
El se sentía así, lo cierto era que llevaba algunos meses
dentro en una enorme depresión de la que sabía que no lograría salir...
Hacía ya dos semanas que había tomado la decisión, así que
hoy se acercó hasta la agencia de viajes, recogió lo que tanto le había costado
decidir durante años y en sus manos lo tenía.
Subió al coche, estaba empapado, a pesar de que no había
parado de llover, no cogió el paraguas para llegar hasta la agencia, le daba lo
mismo, pero la lluvia incesante le fue calando hasta los huesos... No
importaba, sabía que llevaba lo que quería a buen recaudo dentro de su cartera
y el resto daba igual. Puso en marcha el motor.
Antes de volver a
su casa, pasó por la farmacia, necesitaba reponer la medicación que le faltaba,
no le hubiera gustado olvidarse de ella precisamente ahora que ya había salido.
Aprovechó, hizo algunas gestiones y finalmente llegó.
Respiró
profundamente al entrar, estaba todo caldeado y el ambiente era seco comparado
con el exterior, se estaba bien... Muy bien. Quitándose las ropas húmedas, se
puso cómodo y espero que llegara la hora de la cena.
Todo salió como él pensaba, la expresión de ella al abrir
el sobre y ver los dos pasajes, fue maravillosa, lo cierto era que no esperaba
otra, llevaba años insistiendo en que viajaran a Egipto y los mismos llevaba el
negándose, por lo que al ver el destino impreso en los billetes de avión, no
supo qué decirle en ese momento.
No importaba lo que
costara, le quiso dar aquella sorpresa y haría lo que fuera para que no lo
olvidase jamás.
La veía feliz, y él lo estaba por ella.
Los días allí transcurrieron rápidamente, los disfrutaban
al máximo, hacían todas las visitas posibles dentro de su itinerario e incluso
saltándoselo hicieron algunas otras que resultaron ser mejores aún. Veía la
felicidad en su compañera, el lo sentía y había momentos en los que le costaba
no emocionarse.
Quería detener el tiempo, odiaba mirar su reloj y ver que
las horas transcurrían velozmente, que los días pasaban sin demora y que sus
fuerzas comenzaban a flaquear con la misma rapidez...
Antes de salir de viaje, fue al médico al doctor, le
explicó sus intenciones y él no se negó a que él se marchase, pero tampoco le
dio su aprobación. Solo se limitó a preguntarle si su compañera sabía lo de su
enfermedad el doctor insistió en saberlo y tras un largo titubeo le dijo que
no. Él no respondió, no aprobó lo de su viaje, pero viéndole tan decidido, al
final le recetó la medicación necesaria para todos esos días, con la promesa de
ir a verle de inmediato en cuanto volviera.
Un par de días antes de regresar, el se sintió realmente
mal. Se encerró en el servicio y no cesaba de vomitar. Su compañera le llamó
insistentemente, nunca antes había encerrado y esto hizo que ella le mirase
interrogativamente cuando salió.
- Debe ser algo que
me ha sentado mal.
Volvieron del viaje, todo quedó en un recuerdo, pudo ver
las fotos que habían hecho ya cuando estaba en el hospital.
Su compañera le recriminó que no le hubiera dicho nada,
que no se lo hubiera contado, pero él, haciendo un alarde de valentía y
reuniendo las fuerzas de las que ya no disponía, Le hacía ver y recordar lo
bien que se lo habían pasado durante aquel viaje.
Justamente eso era
lo que ella estaba recordando ahora, sentada en el sofá, con el álbum de fotos
delante y con lágrimas en los ojos. Hacía ya diez años que su compañero había
fallecido.
- ¡Mama! ¿Vienes a cenar? - Era su hija de siete años.
- Sí, ahora voy. – Cerró el álbum y con él cerró por un
tiempo sus recuerdos.